Cuando las canciones hablan de ti

22.5.07

Por una sonrisa (I)

En esa casa siempre le ocurría igual con esos ruidos que tan familiares llegaban a ser al cabo de unos días y que le inquietaban la primera noche. El cansancio del viaje no mejoraba mucho las cosas, el ruido de la lluvia retumbaba en las contraventanas de madera y las rachas de viento más fuertes hacían crujir las viejas vigas de pino oscurecidas por el humo y el paso del tiempo. Las tormentas de mayo solían ser así, menos violentas que las veraniegas pero más duraderas, fácilmente podría llover toda la noche.

Cuando se despertó eran más de las diez. La luz de la mañana ya se colaba por las rendijas de los postigos. Al salir de la cama el frescor del suelo de barro le subió por los pies hasta la espalda, se calzó y se puso un jersey de algodón. Cuando abrió la puerta del dormitorio la luz que entraba por la gran cristalera del salón le cegó por un momento. El sol brillaba con fuerza ahí afuera. Dejó escapar una sonrisa, la primera del día. Salió a la terraza sobre el pequeño claro del bosque donde la hierba brillaba entre gotas de la lluvia caída durante la noche. El aire olía a limpio, a ozono, a madera mojada y a sol de primavera, las flores se asomaban tímidamente entre los tréboles en las zonas donde los helechos dejaban de escoltar a los grandes árboles que rodeaban la casa. Entre los troncos enormes se veían algunos destellos del sol reflejándose en el agua cristalina de la pequeña poza allí abajo en el recodo del río. Desde aquí no se oía el murmullo del agua pero se adivinaba rebosante el cauce pequeño de agua pura. Desayunó despacio, con calma, intentando que no se le escapara ningún instante.

El sol estaba ya bien alto cuando sacó el libro que había traído en el bolsillo pequeño de la mochila, salió de la casa y bajó hasta la poza. Varios mirlos estaban chapoteando en la orilla cuando llegó, todos a una respondieron al grito de aviso del que vigilaba desde la rama de arce volando en las cuatro direcciones. Nunca había visto la charca tan grande. Sólo ver esa agua tan cristalina daban ganas de tirarse y nadar hasta el fondo. Por un momento pensó a qué temperatura debía estar y aplazó la idea por el momento. Buscó con la mirada en los troncos de los dos pinos junto a la orilla y en seguida localizó los viejos mosquetones oxidados. Sonrió otra vez y se dirigió hacia allí para colgar la hamaca de colores chillones. No tardó en instalarse cómodamente. Abrió el libro por la primera página y empezó a leer: "Un perro cenizo con un lucero en la frente irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre…"Cuando volvió a levantar la vista del libro habían pasado más de dos horas y había devorado más de la mitad de la novela. Tenía la boca seca así que cerró el libro y subió despacio hacia la casa, la temperatura era perfecta, tan solo cuando estaba llegando arriba empezó a acusar el calor. Al entrar en la casa sitió de nuevo el frescor del suelo. Ahora se quitó las sandalias y anduvo descalzo hasta la cocina.

Abrió una cerveza y se bebió más de la mitad del primer trago, más calmado llenó con el resto una jarra que sacó del congelador y rellenó el espacio sobrante con un chorro de limón. Apuró el contenido de la jarra y sonrió. Rellenó de nuevo la jarra con otra cerveza y un poco de limón y se dirigió al salón, afortunadamente nadie había limpiado la chimenea desde la última vez que estuvo allí ese fin de semana de diciembre, tan lejano ya. Eligió algunos restos de leña a medio quemar y con la pequeña pala de hierro los llevó hasta el fogón de carbón junto a la vitrocerámica, casi sin estrenar todavía. Encendió el fuego que no tardó en convertirse en una pequeña brasa. Colocó la rejilla de hierro y sobre ella los dos medallones de solomillo. Abrió una botella de Les Terrasses que guardaba desde el verano pasado y se sirvió un vaso de gazpacho. Sonrió de nuevo mientras pensaba que, por una vez, había venido preparado. Normalmente no se acordaba de estas cosas antes de salir pero esta vez había sido distinto. Sin las prisas de otros viajes se había parado a pensar en cada cosa que podría necesitar esa semana en la que estaba dispuesto a no salir para nada. Colocó su pequeño festín sobre la bandeja de madera y salió a la terraza. La luz era muy fuerte ahora pero la temperatura era ideal. Con la calma que requería el momento fue dando cuenta del contenido de la bandeja. Se levantó sin prisa y rodeó la casa con la esperanza de que el peral de la parte de atrás todavía tuviera alguna fruta, sonrió al ver todas esas preciosas frutas amarillas colgando de todas y cada una de las ramas. Buscó una que no se hubieran comido los pájaros y la arrancó. El primer mordisco hizo saltar unas gotas de néctar sobre sus manos que no tardaron en convertirse en un pequeño manantial. Entre un mordisco y otro sorbía el jugo que resbalaba entre sus nudillos. De vuelta a la terraza recogió la bandeja y la llevó a la cocina donde sonrió al recordar la vieja frase de su madre después de cada comida cada día de cada verano: "Dejadlo todo ahí encima que ya lo recojo yo después de la siesta", con el tiempo habían llegado a hacer un lema de esa frase y siempre era seguida de risas, disimuladas o no, dependiendo de la compañía. Se lavó las manos en la pila de de piedra y se fue directo al salón.

Había colocado el mp3 en la entrada auxiliar del viejo amplificador Philips. La música del último disco de Mus sería ideal para descansar un rato. El sofá de terciopelo estaba cubierto con una gran sábana blanca. Le dio la vuelta y se tendió sobre ella. Enseguida perdió la conciencia, la música le fue llevando a otro lugar, lejos, muy lejos...

Canción para hoy: Tonight I shall sleep with a smile on my face - Stan Getz y João Gilberto

5 Comments:

  • Qué bien soplaba Stan Getz.

    Va bien la historia. Estoy verde de envidia ante tanto placer que se desprende de la misma. Confío en que acabe bien, si no será algo tan terrible como la muerte de la madre de Bambi.

    By Blogger Zar Polosco, at 23/5/07 09:57  

  • que chulo leerte mientras escuchas la música..yo tambien estoy verde de envidia!

    By Blogger Slim, at 23/5/07 13:33  

  • Yo ya estoy dentro de esa vieja casona disfrutando del momento...

    By Blogger Arual, at 23/5/07 17:57  

  • Que gusto, que sensación de placidez, tranquilidad, ignorar el reloj, sabiendo que el tiempo no dispone sobre nuestras vidas, que todo podemos realizarlo con la harmoniosa dedicación que precisa, sin prisas, describes tantos momentos de intensa felicidad que como no voy a unirme a la unánime envidia que ha generado el protagonista de la historia…

    By Blogger 3'14, at 29/5/07 11:29  

  • Fantástico. He sentido la luz del sol en mis ojos, el frio suelo de la casa. El olor de las brasas, y hasta me ha parecido beberme la cerveza...
    Me ha gustado sobre todo el momento en el que describes una lectura de una novela al borde de la charca... Lástima que a mi me cueste tanto leer, sino, sería una froma maravillosa para pasar las horas muertas en estos días de sol. Besos.

    By Blogger Mae, at 30/5/07 16:18  

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